Santiago, la gran capital de la neurosis.
Ha pasado una larga semana desde que me notificaron de la cesantía en la que hoy me encuentro. En verdad eso suena demasiado drástico cuando en verdad he tenido que ir de nuevo a trabajar (y tengo que seguir yendo por lo menos esta semana) y además es solo estar de vacaciones , como el año pasado y el anterior y el anterior. Así y todo me ha bajado un poco la angustia de todo lo que podría hacer mientras estoy en la casa y que por una u otra razón estoy viendo que me va a costar tanto hacer como cuando trabajaba.
Debe ser una cosa así como media inconsciente por que lo único que tengo en mente hacer es escribir, escribir cartas a mi amigo julio y ... a mi amigo julio, escribir para lo del taller de dramaturgia y un cuentito que me ha estado dando vueltas en la cabeza. Sería bueno que contestaras alguna vez para yo mandarte lo que escribo para que tú, desde tu anónima distancia, los critiques y destruyas, por que si hay algo a lo cual aún no me acostumbro es a la crítica descarnada.
La minita del lado tiene un “conejito” que ni te digo como huele. Cuando está bien transpirada sabe de maravillas, algo tiene el sexo de las mujeres en lo que a sabor se refiere que me trastorna. Ella está bailando y yo le saque esa foto mientras navegaba por el ciberespacio computacional de Internet. Me recordó a una mujer con la cual durante algún tiempo me estuve acostando, la innombrable.
Conocí, creo que te lo dije, a tu mujer, extraña mezcla de madera virgen y pétrea hermosura. ¿Era así cuando te la llevaste al sur mítico donde estás? La verdad que es una mujer maravillosa, que cliche, pero no se me ocurre nada más que decirte. Tiene un aire de princesa milenaria, de cordillerano telurismo, de oceánica y turbulenta hermosura... nada que decir.
Esto de escribirte cartas es una buena excusa para desentenderme de mis demás deberes y poner la tele es una peor pero más efectiva excusa para ni siquiera escribirte a ti.
Creo que hoy en la mañana me sentí medio acongojado con esto de dejar de ver a mis alumnos. Ratifico mi teoría de que todos los niños son iguales, salvo que unos tienen plata y otros no (super chica la diferencia, ¡jua, jua, jua!), pero el tiempo, ese miserable instigador del olvido, hace desaparecer esas diferencias, ¿será costumbre? Vaya hermano qué cosas no? Mañana por la mañana o por la tarde termino esta carta y escribo algo de lo que ya antes te dije.
sábado, 21 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario