Estoy de vacaciones de invierno. Hazte esa.
Me ha resultado hasta grato esto de escribirte. Debo reconocer haber fallado en el proceso de enviar las misivas, proceso importante en esto de las cartas, pero igual resulta grato.
Me he dedicado a releer y releer las cartas como para pulirlas y encontrarles lo malo. No han cambiado mucho y eso me resulta agradable. La gracia es que sonora como esto que es, un epistolario autobiográfico. Debiera ser entretenido para ti, (y los que lo lean de afuera) debes entretenerte igual y entenderlo igual y cachar esta otra parte de la historia. Creo que este párrafo desaparecerá en un rato más, cuando lo revise.
Mientras lees estas cartas, ¿piensas en tu pasado?, ¿has logrado imaginar tu vida allá en lo hermida con toda tu gente y todas las hueva’s que debes de haber hecho de cabro chico? O mejor aún, no se te ha llenado de emoción el espíritu al recordar tu niñez primera. Si no ha sido así, qué lastima. Me parece que sería muy interesante por tu salud mental que fueras reconstruyendo tu vida a ver como fue.
Yo he estado pensando en eso de la época de niño cuando imperaba en las calles de santiago el miedo, el silencio, lo oculto, lo asustado, lo clandestino.
Me acordé de una vez que iba con el Hernán rumbo al colegio. Siempre me fui al colegio con el Hernán. Al principio no llevaba el tata Hernán. Primero nos íbamos los tres juntos jugando. Al tiempo después
- ya niños, ahora yo me voy por la vereda de enfrente y ustedes por acá hasta que lleguemos al colegio...
- pero tata y para atravesar las calles – interrogábamos nosotros con angustia
- ustedes me van mirando y hacen lo mismo que haga yo y así aprenden
y partíamos, él por una vereda y nosotros por otra. Bien pendientes de todo lo que el tata hacía y siempre nos llamó la atención que como que algo les decía a cuanta mujer se le cruzaba. El tata era un caballero así que deben de haber sido puras galanterías finas, por lo demás, las mujeres lo miraban y le sonreían con agrado. Un sesentón encachado debe de haber sido.
La cosa es que al tiempo después nos decía
- ya, como ya saben como hacerlo, entonces yo me voy por este lado y ustedes por este otro y nos juntamos allá en la esquina de Juan Enrique Concha con Duble Almeyda.
Y así nos íbamos con el Hernán puro hueveando. Nunca he sido un tipo muy valentón que digamos así que eso de que fuera el Hernán me tranquilizaba mucho.
El tema es que un día, cuando ya nos íbamos solos, entramos a un local que había en Juan Enrique Concha y que atendían dos vejetes que se ponían unas chapitas con una bandera nacional y ese día entramos a comprar algo con los cinco o diez pesos que con suerte llevábamos al colegio y la señora algo me dice de la bandera y de la patria y yo alguna tontera le debo de haber dicho, algo en contra de Pinochet y que qué cresta me interesa la patria mientras este el gorila y la hueva’ y yo sin entender que estaba metiendo la cabeza al water y el Hernán que me tironea y que salimos del negocio que era como azul, viejo, alto y me empieza a retar y a decirme que como se me ocurre y yo empecé a sentir una angustia tremenda por que creí que ahora si que se iba a armar porque nos iban a ir a buscar e iban a matar al tata y a mi papá y al Rubén mi hermano grande y todos iban a morir y vaya que manera de sufrir todo el santo día recordando los rostros arrugados e impactados de los dos viejos culiados que me habían hecho pasar tan despreciable día. No mentiría si dijera que todo el día estuve pensando en lo que iba a pasar y en esos dos viejos fascistas asesinos que desde detrás del alto mostrador exclamaron su asombro con gestos y miradas. Pasó mucho tiempo antes de que con el Hernán volviésemos a pasar por ahí y puede que esa haya sido la última vez que compramos en ese negocio.
El Hernán siempre fue, es y será muchísimo más inteligente y al tanto de la cosa política que yo y creo que siempre he ido más bien a la siga de sus claras y brillantes opiniones respecto de lo que pasa en el mundo.
Hace rato que es otro día y eso debiera notarse en la carta. En el ritmo, la emoción, todo.
Ahora es otro día y no he logrado sacarme a esos dos de la cabeza. Desde anoche que están ahí. Hace rato que deben de haber muerto, desgraciadamente, como su vida. Nunca me he puesto a pensar la posibilidad de imaginarme a esos viejitos como si hubiesen sido gente de izquierda clandestina, sería una buena pantalla. pero no, eran simpatizantes de Pinochet y mis exabruptos deben de haber causado más que urticaria.
En esa época se compraba con centavos. Recuerdo haber comido chocolates y candis y galletas con un peso.
Pero estabamos en la cuarentayocho y el camino de ida. En algún momento me tocó irme solo. Debo de haber ido en 4 o 5 y ahí veía a un cabro chico re simpático con el que en alguna vez cruce algún juego, era como 5 años menor, era un cabro chico cuando yo era una cabro chico un poco más grande. Ahora lo conozco un algo. El pancho, gran valor, muy preocupado de su aspecto, un tipo bien preocupado.
sábado, 21 de agosto de 2010
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